En tiempos recientes, fenómenos como OnlyFans, la pornografía en redes sociales o la
monetización del consentimiento en plataformas digitales han contribuido a una suerte de
normalización del intercambio sexual como mercancía libre. Esta cultura impone una
narrativa de empoderamiento a través del consumo sexual, que encubre la dinámica
capitalista de cosificación y explotación. La revalorización del cuerpo como objeto transable
se inserta en una lógica mercantil que relativiza la explotación, mientras difunde la idea de
que el acceso a servicios sexuales ya sean físicos o virtuales es una expresión legítima de
libertad individual, cuando en realidad encierra desigualdad estructural, precariedad y
violencia de género.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) elabora la Clasificación Nacional de Actividades
Económicas (CNAE-2025) como instrumento estadístico. Esta edición, en el documento
interpretativo de la norma se incorpora “servicios sexuales” bajo la categoría “otros servicios
personales”, un reflejo técnico que no corresponde con la realidad jurídica ni con la postura
abolicionista.
La posición del PSOE se presenta como genuinamente abolicionista, pero desde una
perspectiva marxista, emerge la contradicción entre su discurso y su práctica. Por un lado,
expone una amenaza simbólica al incluir la prostitución en la CNAE, aunque jurídica e
intencionalmente sin valor; por otro, promueve anteproyectos de ley para su abolición. Esta
disonancia evidencia una teatralización ideológica: se pretende recortar simbólicamente la
prostitución sin tocar los mecanismos reales del capitalismo sexual que sostienen esta
explotación.
La lucha abolicionista no busca criminalizar a las mujeres, reconocidas como víctimas de un
sistema patriarcal y capitalista que monetiza su cuerpo y subordina su dignidad. La
prostitución no es un trabajo ni una elección libre, sino una expresión condensada de
explotación estructural. Solo con una política que elimine la demanda, persiga a proxenetas
y tratantes, y ofrezca salidas reales —como vivienda, empleo digno, formación y
regularización— podremos desmontar el negocio sexista que corroe la igualdad. Como
feministas marxistas, rechazamos cualquier forma de normalización o regulación que
reproduzca la explotación. La abolición de la prostitución es un paso ineludible hacia una
sociedad donde ningún cuerpo sea mercancía y ninguna persona quede expuesta al
mercado sexual.
 
                                                                                                                                                 
                             
                                         
				            
 
 
			        