Artículo de Gazte Komunistak
La última visita de Zelenski a nuestro país dejó una imagen cargada de simbolismo: ambos presidentes fotografiados ante el “Gernika” de Picasso. El presidente ucraniano lleva comparando, desde 2022, el bombardeo que sufrió el pueblo vizcaíno en abril de 1937 con la guerra que se extiende hoy en el país que gobierna. Pero conviene recordar lo que el propio Picasso dijo célebremente sobre su obra: «No, la pintura no está hecha para decorar las habitaciones. Es un instrumento de guerra, ofensivo y defensivo contra el enemigo».
Ahora bien, ¿cómo se está utilizando hoy ese “instrumento de guerra”? ¿Quién es el enemigo y quién se está beneficiando de esta situación?
Veamos qué significa realmente. Porque de poco sirve que nuestro gobierno exhiba su faceta humanitaria ante el sufrimiento de los pueblos, posando ante una obra tan cargada de significado, mientras sus acciones reales están orientadas a sostener la guerra en curso para el beneficio de algunos pocos. Donde el “Gernika” alzaba su grito contra la destrucción fascista alimentada por el capital de guerra, denunciando la barbarie como expresión del capital monopolista en su fase más predatoria, hoy se representa la última farsa imperialista.
Cuando España compromete 817 millones de euros en ayuda a Ucrania, o cuando el complejo militar-industrial estadounidense recibe pedidos europeos directamente a través del plan “PURL”, parece que oímos resonar en los pasillos de la historia las palabras del folleto de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo. La insaciable búsqueda de beneficios del capital monopolista evoluciona inevitablemente hacia el reparto continuado de los mercados mundiales y la creación de caldos de cultivo para la guerra. El “Gernika” recuerda a las víctimas; pero Lenin expone a los verdugos y su lógica.
I. La guerra como negocio: quién gana y quién paga
Lenin señaló que la combinación de exportación de capital y militarismo es una característica definitoria del capitalismo monopolista, y la crisis de Ucrania confirma perfectamente esta lógica. De los 615 millones de euros en ayuda militar española, 100 millones fluyen directamente al plan “PURL” de la OTAN, un mecanismo en el que Ucrania realiza peticiones a la Alianza y los países europeos compran armamento a Estados Unidos.
Este ciclo financiero, cuidadosamente diseñado, garantiza que los gigantes estadounidenses de la defensa sean los ganadores absolutos. El capital, en su fase monopolista, crea conflictos permanentes para abrir mercados inagotables y, por mucho que algunos insistan en declarar esta fase como “superada”, la realidad demuestra que sigue plenamente vigente.
Como veremos, el papel de España en la crisis es un ejemplo contemporáneo de un Estado subordinado dentro del polo imperialista. Mientras afronta inflación, crisis energética y presiones sociales internas, el gobierno no solo sigue la política estadounidense aumentando el gasto militar, sino que actúa como comprador intermediario de armamento estadounidense.
Todavía más revelador es que España haya creado una “Oficina de Reconstrucción de Ucrania”[1] para que las grandes corporaciones aseguren contratos de reconstrucción. Esta táctica imperialista, que consiste en destruir primero para reconstruir después, impacta directamente sobre la clase trabajadora de nuestro país, obligándonos a asumir tanto los costes de una guerra que no queremos, como el incremento del coste de la vida. Mientras tanto, nuestra burguesía, agrupada en los conglomerados monopolistas, se asegura su parte del pastel.
II. España no es neutral: participa en la cadena imperial
Lejos de ser un mero observador consternado, el Estado español actúa como un componente activo de la maquinaria imperialista. La socialdemocracia que nos gobierna, pese a presentarse como alternativa al imperialismo más reaccionario, revela aquí su verdadero rostro: no es su antítesis, sino su complemento necesario, la cara amable que legitima y perpetúa el ciclo bélico. Analicemos esta contradicción fundamental.
España ejemplifica perfectamente lo que Lenin identificó como la estructura jerárquica del imperialismo: el “aliado subordinado”, cuya soberanía económica y política es sistemáticamente comprometida. No obstante, no debemos obviar que España ocupa ese papel no solo porque su soberanía esté erosionada, aunque evidentemente lo esté, sino porque forma parte de esa arquitectura imperialista por iniciativa propia, aún a costa de asumir una pérdida efectiva de soberanía. Esta subordinación opera mediante tres mecanismos distintos, en cada uno de los cuales España cumple una función específica, y que constituyen expresiones concretas de la ley del desarrollo desigual, combinado bajo la fase monopolista del capitalismo.
En primer lugar, la función de filial financiera mediante la exportación de capital y la dependencia estructural. El mecanismo PURL, ya mencionado, representa la forma contemporánea de la exportación de capital que Lenin identificó como una característica esencial del capitalismo monopolista. España actúa como intermediario que canaliza plusvalía extraída de los trabajadores hacia el núcleo imperialista estadounidense. Este circuito cerrado, donde los fondos públicos españoles terminan financiando a los contratistas de defensa norteamericanos, constituye un subsidio encubierto que consolida la división internacional del trabajo. Lejos de ser una decisión soberana, esta dinámica refleja la posición estructural de la burguesía española como socio menor dentro de la jerarquía del capital financiero internacional: prefiere garantizar su participación en el reparto de beneficios antes que desafiar la hegemonía del centro imperial.
En segundo lugar, la función de ejecutor ideológico. El aparato mediático español cumple el papel superestructural que Lenin atribuía a las instituciones burguesas en el mantenimiento de la dominación de clase. La reformulación de las compras de armamento como «autonomía estratégica europea» es un ejemplo paradigmático de falsa conciencia inducida, donde los intereses del capital monopolista se presentan como elecciones soberanas. Esta función hegemónica, ya intuida por Lenin, es fundamental para desarmar ideológicamente a la clase obrera y neutralizar su potencial oposición. La socialdemocracia, en particular, demuestra aquí su papel histórico de presentar los intereses imperialistas como proyectos de todo el pueblo, facilitando así la aceptación social de políticas que benefician exclusivamente a la burguesía.
En tercer lugar, la función de socio menor en el reparto del botín. Las corporaciones españolas que esperan su turno para participar en la reconstrucción de Ucrania evidencian la ley de la rentabilidad monopolista descrita por Lenin. El nexo destrucción-reconstrucción revela la capacidad del capital para monetizar todas las fases del conflicto, creando un ciclo perverso donde los mismos fondos públicos financian primero la destrucción y luego su reparación privada. Esta dinámica confirma la vigencia de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, que obliga al capital a buscar constantemente nuevos campos de inversión que restauren sus beneficios.
La burguesía española, en su posición subordinada, se conforma con las migajas de este banquete imperialista, priorizando su pequeño lugar en el reparto de ganancias antes que cualquier proyecto de desarrollo nacional soberano. Esta dependencia estructural queda brutalmente expuesta cuando la mera expectativa de paz amenaza los beneficios de guerra: el reciente plan de paz de Trump para Ucrania desató inmediatas caídas en Bolsa de las empresas de defensa europeas. Mientras retrocedían las acciones vinculadas a la defensa (la española Indra llegó a caer casi un 9 %), avanzaban tímidamente las del sector de la construcción, al calor de la posible reedificación de Ucrania. [1]
Esta volatilidad bursátil no hace sino desvelar la verdadera naturaleza del conflicto: para el capital monopolista, la guerra y la paz se reducen a distintas oportunidades de negocio en las diversas fases del ciclo, donde la destrucción genera beneficios con un tipo de mercancía (armamento) y la reconstrucción con otro (cemento). La burguesía española, atada a este ciclo, demuestra que su lealtad no es con el pueblo ucraniano ni con el español, sino con la perpetuación de un sistema que garantice su participación, aunque sea marginal, en el reparto del botín imperialista.
III. La expropiación transnacional de la clase trabajadora
Como no podía ser de otra forma, estas operaciones macroeconómicas, que a menudo se presentan como lejanas a la vida cotidiana de la clase trabajadora, tienen un efecto directo sobre nuestras condiciones materiales. Desde la óptica del materialismo histórico, esta aparente abstracción se materializa con crudeza en la vida social: el gasto imperialista no es un ejercicio contable neutral, sino la expresión concentrada de la lucha de clases en el plano presupuestario. Los miles de millones de euros comprometidos en ayuda militar durante estos años coinciden exactamente con los históricos recortes que sufrió España en los años de austeridad.
Esta correspondencia no es casual, sino que refleja la naturaleza fundamental del cálculo de suma cero del militarismo: cada euro destinado a la guerra y a las ambiciones imperialistas es necesariamente sustraído de nuestros servicios públicos. Lenin explicó que el militarismo priva inevitablemente al pueblo trabajador de su bienestar porque el presupuesto del Estado, especialmente en una economía capitalista dependiente como la española, es un recurso finito disputado entre intereses de clase contrapuestos. De un lado estamos la clase trabajadora, cuyas necesidades básicas requieren inversión pública; del otro, el complejo militar-industrial y sus aliados políticos, que exigen asignaciones crecientes para armas y proyectos imperialistas.
Este mecanismo de expropiación opera con precisión estructural. El Estado burgués, lejos de ser un árbitro neutral, actúa como el “comité ejecutivo de la burguesía”: garantiza sistemáticamente la transferencia de valor desde las necesidades de nuestra clase hacia el complejo militar-industrial. Mientras la clase trabajadora lucha por sanidad, educación y vivienda, el capital monopolista obtiene sin dificultad los recursos que requiere. Esta contradicción confirma que el supuesto “interés nacional” no es más que la máscara ideológica de los intereses particulares de la burguesía. La matemática imperialista es, en última instancia, la contabilidad de la lucha de clases: cada euro destinado a la OTAN y su red de estructuras imperialistas representa simultáneamente un euro arrebatado a nuestra reproducción social.
Esta dinámica revela una verdad incómoda sobre la posición de España dentro de la jerarquía imperialista. Aunque la burguesía española participa como socia menor en el reparto del botín, está obligada a transferir los costes de esta política a la clase trabajadora. Como ya señalaba Lenin, una parte de la aristocracia obrera de la metrópolis puede beneficiarse temporalmente de la superexplotación de las periferias, pero esa relación se rompe cuando las contradicciones imperialistas se agudizan. Y es precisamente ese el escenario que vivimos hoy: la burguesía española, incapaz de competir con el capital estadounidense y alemán, compensa sus menores beneficios deteriorando nuestras condiciones de vida. Para mantener su lugar en la cadena imperialista, sacrifica periódicamente los niveles de vida de la clase trabajadora.
Y la socialdemocracia, lejos de ser una alternativa, se ha revelado como la gestora más eficaz de estos ajustes, aplicando con rostro humano lo que la derecha no podría implementar sin generar mayor resistencia social. No nos engañemos: las mejoras para la clase trabajadora española solo llegan cuando no entran en conflicto con los intereses estratégicos de nuestros aliados o con las exigencias de beneficio de nuestra propia clase capitalista.
En consecuencia, la lucha por la emancipación de la clase trabajadora española es inseparable de la lucha contra el imperialismo y su expresión local en forma de capital monopolista. Toda conquista social significativa exigirá, tarde o temprano, confrontar esta arquitectura de dominación que subordina las necesidades de nuestra clase a la acumulación de capital.
Conclusión: Imperialismo, guerra y la tarea histórica del proletariado
Tal y como hemos tratado de mostrar, el conflicto de Ucrania evidencia la estructura jerárquica del imperialismo contemporáneo. Estados Unidos dirige desde la cúspide, controlando los flujos financieros a través de mecanismos como el plan PURL y obteniendo los máximos beneficios. España, como su aliado subordinado, obedece desde una posición intermedia, financiando la maquinaria de guerra con fondos públicos, proporcionando cobertura ideológica y recibiendo a cambio pequeñas concesiones económicas en forma de contratos de reconstrucción para sus grandes corporaciones. Mientras tanto, la clase trabajadora ucraniana es la que sufre en la base, sacrificando su soberanía y asumiendo el coste humano.
Esta cadena imperialista, simplificada aquí a modo de ejemplo, demuestra la vigencia del análisis de Lenin sobre el capitalismo en su fase monopolista. Este marco nos proporciona las herramientas necesarias para comprender cómo funciona realmente el mundo, un sistema estructurado en torno a la expansión implacable del capital. El conflicto no puede interpretarse bajo el esquema simplista de democracia frente a la autocracia, sino a través del prisma de la lucha imperialista por los mercados, esferas de influencia y oportunidades de acumulación.
Nos encontramos ante la misma lógica que Picasso denunció con el “Gernika”: la conversión de pueblos enteros en carne de cañón para los proyectos expansionistas del capital. Si entonces fue el fascismo alemán e italiano, hoy es el imperialismo estadounidense y sus socios europeos quienes utilizan a los pueblos como instrumento de guerra.
Pero, del mismo modo que el “Gernika” trascendió su época para convertirse en símbolo universal de resistencia contra las guerras imperialistas, la clase trabajadora española debe trascender su papel actual para convertirse en sujeto histórico de transformación. Los mismos que contemplamos con indignación cómo nuestro gobierno se fotografía ante el cuadro de Picasso mientras financia nuevas destrucciones, poseemos la fuerza para impedir esta hipocresía. La conversión de riqueza social en instrumentos de muerte no es un proceso inevitable, sino una elección política que puede revertirse mediante la organización consciente y la movilización de nuestra clase.
El movimiento obrero español, heredero de una tradición histórica de lucha antifascista e internacionalismo proletario, enfrenta hoy una prueba definitoria. Al movilizarse contra el gasto militar, denunciar los intereses reales que se esconden tras la economía de guerra y tender puentes de solidaridad con los trabajadores de todos los países afectados, puede ejercer presión sobre el gobierno español socialdemócrata y servil para que ponga fin su participación en esta matanza contra los pueblos.
Nuestra lucha por recuperar la financiación de hospitales y escuelas, desviada al presupuesto de guerra, y nuestra batalla por una política exterior basada en la cooperación entre pueblos y no en la subordinación a potencias imperiales, no son luchas separadas. Son frentes de una misma guerra contra la lógica del capital, que sacrifica las necesidades de los y las trabajadoras para obtener beneficios privados.
El camino hacia la paz auténtica no pasa por los pasillos del poder en Bruselas o Washington, sino por las fábricas, los barrios y las plazas donde el pueblo trabajador podamos imponer nuestro interés histórico: ni un euro más para las guerras del imperialismo, ni una vida más para el beneficio capitalista.
Gazte Komunistak
