Casi 40 años han pasado desde la identificación del VIH y la evolución de su infección hasta el estadio del SIDA. Casi 40 años en los que hemos visto cómo las instituciones capitalistas han empleado sus medios para culpar, silenciar, abandonar y estigmatizar desde las personas afectadas por la epidemia del SIDA en los años 80 hasta los que conviven con la infección en nuestros días. Casi 40 años que estas mismas instituciones se lucran de ello. En definitiva, nos encontramos con un sistema que durante 40 años ha perpetuado la culpa, la vergüenza y la muerte por los intereses de su élite dominante.
La historia del VIH/SIDA es la historia de las personas LGTBI,de las migrantes y de todas aquellas personas en situación de explotación que han recibido sobre sus cuerpos las desigualdades estructurales del sistema capitalista. Observamos cómo el desigual impacto del VIH tanto cuantitativa como cualitativamente es la expresión de las dinámicas interconectadas de clase, de género y de sexualidad por las que se nos oprime y condena a la precariedad, al señalamiento y al abandono con el objetivo de fragmentarnos, disciplinarnos y expulsarnos a la periferia del sistema, como elementos prescindibles de su ejército de reserva.
Además, a estos mecanismos de control se le une la dependencia a un sistema de salud que responde a intereses puramente económicos. Intereses que priorizan las ganancias al bienestar y las vidas humanas, siempre que no implique poner en juego la capacidad productiva del sistema capitalista.
Somos dependientes de un sistema que entiende que nuestra salud no es un derecho sino un negocio más, y como tal, ignora deliberadamente aquellas enfermedades que sufren la clase obrera, las mujeres, el colectivo LGTBI o el sur global.
Farmacéuticas y laboratorios mercadean con nuestras vidas a través del monopolio de la producción y distribución tanto de conocimiento como de medicamentos, lo que genera que el acceso a estos esté mediado por nuestra condición de clase.
Así, la medicación relacionada con la prevención o el tratamiento de la infección del VIH se ve igualmente sometida a estos mecanismos de extracción y acumulación de capital que hace que su acceso no sea universal.
El VIH/SIDA no solo es una cuestión de salud pública, sino parte de la lucha de clases y por la liberación de nuestros cuerpos, nuestras sexualidades y nuestras vidas.
Por ello, por una parte, como jóvenes comunistas declaramos la defensa de una salud pública y universal, sin ningún tipo de barrera, y nos rebelamos contra aquellos que se lucran haciendo negocio con nuestra salud. Nos manifestamos a favor de la producción y la distribución socializada de conocimiento y de medicamentos con el objetivo de acabar con el monopolio de laboratorios y farmacéuticas. Todo ello para que los tratamientos, tanto de prevención como de acción sobre el VIH sean de acceso fácil, universal y gratuito. Ejemplo de los avances que permite un modelo sanitario universal lo encontramos en Cuba, como primer país reconocido en eliminar la transmisión del VIH entre la madre y su descendencia.
Por otra parte, exigimos y trabajamos para poner fin al estigma y la culpa de las personas seropositivas. Nos movilizamos para defender un trato igualitario en todos los ámbitos de sus vidas y para acabar de una vez con el tabú alrededor del VIH. Denunciamos la dejadez de las administraciones públicas frente a los casos de discriminación por VIH y por la ausencia de un protocolo antiestigma efectivo. A su vez, les demandamos una educación sexual integral, abierta y sin prejuicios, que dé información veraz sobre el VIH y el SIDA y ofrezca recursos de calidad con el fin de acabar con el desconocimiento y la discriminación.
La juventud comunista tiene en el horizonte la construcción de un sistema que no solo garantice el acceso universal a la salud, sino que también combata las demás formas de opresión: la homofobia, la transfobia, el racismo o el patriarcado, que perpetúan la desigualdad de la que se alimenta el sistema capitalista.